Por Fabián Bankirer
El llamado “pensamiento complejo” se ubica en el centro de un debate epistemológico que rompe con las disquisiciones habituales entre ciencias duras y blandas y que plantea algunas cuestiones como la articulación entre conocimiento y ética
El llamado “pensamiento complejo” se ubica en el centro de un debate epistemológico que rompe con las disquisiciones habituales entre ciencias duras y blandas y que plantea algunas cuestiones como la articulación entre conocimiento y ética. Podemos ubicar, dentro de este estilo de pensamiento a autores que plantean otra forma de conocimiento que rompe con el esquema “mayor conocimiento entonces mayor dominio” entendiendo el dominio como dominio de la naturaleza o de otra parte de nuestra especie humana. Nuestra cultura occidental ha opuesto naturaleza y humanidad, viendo a la última como superadora de nuestro estado “natural”, nos hemos sentido autorizados para dominar al otro (sea la naturaleza u otra parte de la especie) en nombre de la razón como “nec plus ultra” de la humanidad. El mundo aparece como absolutamente inteligible, lo desconocido es simplemente un problema de instrumental o lógico pero todo fenómeno puede ser explicado, potencialmente sometido a una ley causal. El azar aparece solo bajo la forma de la probabilidad, una forma de conocimiento válida mientras no tengamos una mejor. En qué consiste este estilo de pensamiento denominado “complejo”, sigo en esto a Ilya Prigoyine e Isabelle Stengers quienes plantean que debe cumplir con tres exigencias: “La primera de estas exigencias, es prácticamente una tautología, es ciertamente la irreversibilidad, la ruptura de la simetría entre el antes y el después …. Una segunda exigencia es, entonces, la de que podamos dar sentido a la noción de suceso. Un suceso no puede ser deducido de una ley determinista: implica que lo que ha sucedido ‘hubiera podido’ no suceder y por ello remite a posibles que ningún saber puede reducir …. La tercera exigencia mínima es que algunos sucesos sean susceptibles de transformar el sentido de la evolución que desencadenan, o lo que es lo mismo, y recíprocamente, que esta evolución se caracterice por mecanismos o relaciones susceptibles de dar un nuevo sentido al suceso, de generar a partir de él nuevas coherencias” . Es decir existe una dirección en el tiempo, una evolución irreversible, por otro lado, el lugar del suceso, el acontecimiento, aquello que sucedió pero que podría no haber sucedido y que se articula en una serie pero que es reconocida como tal a partir del ultimo suceso y no a priori. Se plantea desde esta perspectiva la posibilidad de dar a lo indeterminado un lugar en nuestro universo, de la renuncia a la búsqueda de la serie causal que desemboca en la causa primera o fundamental pero no por una limitación instrumental (como en la teoría de las probabilidades) sino por la asunción de una característica intrínseca: el azar, la indeterminación, lo arbitrario. Es muy común ver esta disyuntiva en el análisis histórico, la clásica pregunta de que hubiera pasado si Hitler hubiera tenido éxito como pintor o si la madre de Saddam Hussein no hubiera sido disuadida de suicidarse por una familia judía (oh, terrible paradoja!). En general obtenemos dos respuestas posibles, una la de la historia como relato de hechos ante la cual no aparece ningún problema porque tendría solo otra sucesión que relatar y la de la historia como evolución determinística que no tiene tampoco problema porque los sucesos individuales no pueden alterar las leyes fundamentales de la historia. Es decir somos como pequeñas partículas en el caos cósmico o en el orden determinista. En esta línea de otorgarle un lugar al azar y la indeterminación podemos encontrar, entre otros y, aclaro, sin intención de hacer un listado exhaustivo sino simplemente a modo de ejemplo, a los ya citados Prigoyine/Stengers, Edgar Morin (quien acuñó el término “pensamiento complejo”, Jean Piaget, Jacques Monod, Michel Foucault, Jean Baudrillard, Cornelius Castoriadis y Jacques Lacan. Significa esto la existencia de una nueva teoría unificadora? No, de lo que se trata es de teorías múltiples que comparten cierta visión epistémica Ahora bien en términos de lo social cómo poder plantear una acción transformadora cuando asumimos el no poder conocer (por renunciar al determinismo) el sentido de la evolución. En este punto me parece interesante retomar a Castoriadis quien propone poner en el centro de la acción política al concepto de autonomía. Respecto a este concepto parece interesante diferenciar su utilización a escala individual y social. Desde lo individual Castoriadis parafrasea a Freud: “donde esta el ello, debo devenir yo”, lo que refiere no a abolir el inconciente a favor de la conciencia sino a significar el campo de los deseos y las pulsiones, a establecer una relación entre el discurso del sujeto y el discurso del Otro. En cuanto a su uso en lo social, Castoriadis plantea el concepto de praxis como “un hacer donde el objeto es el desarrollo de la autonomía de los otros …” ubica como objeto de la acción transformadora, entonces, al desarrollo de la autonomía, en donde yo no puedo ser autónomo si someto a otros, por lo tanto el desarrollo de mi propia autonomía procede del desarrollo de la del otro. En cuanto al lugar del conocimiento, esta praxis se apoya en un saber pero este no es completo, sino “fragmentario y provisional”, no orienta hacia lo pre-visto sino a lo por-venir . Este concepto desecha a la teoría como preformadora de la acción hacia un determinado fin (el socialismo, el liberalismo, etc.), y la ubica en un rol de herramienta hacia, si se me permite el neologismo, un proceso de “socioanálisis” . En este sentido la teoría como forma totalizadora de ver la realidad, cumple una función heterónoma , en el campo de lo político-social porque ubica a la acción política como objeto de una técnica (en donde unos medios racionales permiten acceder a un fin prefijado) Parece interesante, en estos tiempos de devaluación ideológica, luego de la proclamada muerte de las ideologías y de la caída del Muro de Berlín sobre las cabezas de varios “bien pensantes”, ubicar al pensamiento complejo dentro una resistencia cultural, que plantea una mirada diferente sobre los otros y sobre la forma de resolver los conflictos. Piaget hablaba de que la primer forma de la autonomía es la heteronomía desdoblada, creo que en estos tiempos hemos avanzado al menos en el sentido de una heteronomía desdoblada. Hoy por hoy es inadmisible una visión del mundo y de los discursos acerca del mismo, como la de Daniel Bell en “Las contradicciones culturales de capitalismo” o los escritos de Fukuyama sobre “el fin de la historia” (esa exégesis de la articulación WASP – neoliberalismo tan de moda en la época de Reagan, donde el desarrollo humano culminaba en forma determinista en el desarrollo capitalista hipercorporativo). Hoy existen una multitud de discursos disonantes, caóticos, y haciendo una analogía con la teoría de las estructuras disipativas, necesarios para que nuestras sociedades no queden “ciegas”.
La apuesta está planteada.